1/11/2016

DICHOSA MATERNIDAD

¡Queridos Freezers!

Como es costumbre, con el primer café de la mañana, a esta loca amante de los copos de nieve le ha dado por reflexionar...

Hoy le ha tocado el turno a la maternidad...

¡Ay, la maternidad! Dichosa maternidad...la de cabreos que me ha sacado...Pero no ella en sí, sino los que la utilizan para intentar joderte la existencia con sus críticas...

¿Cuántas veces habéis escuchado hablar sobre vuestra futura maternidad/paternidad a personas que no la deberían ni mencionar? 

Antes de que os de un infarto, ¡no! No estoy embarazada. Ni lo estaré. Os quiero hablar de la maternidad con la que muchas mujeres somos bombardeadas hasta hacernos sentir incomprendidas e inútiles.

¡Me encantan los niños! No tengo nada en contra de que cada cual tenga los hijos que quiera tener. Pero… ¿qué sucede cuando decides que no estás preparada para ser madre, que no te ves a ti misma siéndolo o sencillamente que prefieres llevar otro tipo de vida en el que no entra en tus planes ser madre? 

Por si nunca os ha pasado, que dada esta sociedad y su falta de educación lo dudo mucho, os lo explico.

Una mujer, según muchas personas, solo es válida cuando es madre. Ha venido a este mundo para procrear, para repoblar el planeta, única y exclusivamente para tener hijos.

Cuando se está soltera nadie dice nada, pero ¡oh, my god! Cuando vives en pareja, y llevas con ella lo que llevo yo, unos 8 años y medio…

¡Ay, entonces! ¡Perraaaaa! ¡Egoistaaaaa!!!

Día sí y día también tienes que aguantar comentarios del tipo:

—Eres joven, eso dices ahora, ya cambiarás de opinión y será demasiado tarde.

—Aunque bueno, siempre podrás adoptarlos.

—Los hijos son la alegría de la vida…Los bebés son hermosos, son una ricura…

Y el que más me repatea de todos…

—¿Quién te va a cuidar cuando seas viejecita y no te valgas por ti misma?

Estoy ¡hasta los cojoooones! (imaginarme aquí gritando muy alto) de este tipo de comentarios, de la cara de pena que se les queda a las personas cuando se enteran de que no quiero tener hijos. De los comentarios de mi madre que quiere un nieto a toda costa (oye, pues adopta un bebé y lo crías tú, coño).

Porque tener hijos no es como tener un gato o un perro, o un osito de peluche. Porque los hijos son para toda la vida y no tienen por qué crecer en un ambiente donde no son la prioridad, donde sus padres no se quieren entre ellos y lo tienen para intentar que su matrimonio funcione. Lo he visto ¿y sabéis cómo acaba? Con los hijos en un psicólogo sintiéndose una mierda, una maleta entre dos personas que va y viene y no tiene su lugar en ningún sitio.

Porque al igual que hay padres que nunca deberían serlo, (basta con ver los telediarios), hay personas que están en su derecho de elegir no tener hijos sin que se acabe el mundo.

Y no porque vaya a ser una mala madre, o mi pareja un mal padre, sino porque hay que sentirlo. Y si no se siente, me importa una mierda el reloj biológico o que ya tenga treinta y se me esté pasando el arroz. Así que a todos esos que me dictan sus sentencias… ¡podéis meteros vuestros comentarios de mente estrecha por el culo!

Porque de verdad…

¿Por qué creen que soy menos mujer si no los tengo? ¿Dónde está escrito que tengas la obligación de tenerlos? ¿Dónde pone que seas egoísta y desconsiderada por no quererlos tener?

¿Dónde pone que sea tu obligación decirme lo que tengo que hacer de mi vida? ¿Quién te ha pedido opinión?
¿En serio? ¿Con todas las residencias de ancianos que hay y con lo poquito que van algunos a ver a sus padres me quieres vender la moto con que me voy a sentir descuidada cuando envejezca?

¡Venga ya!

¿Es que un hijo viene al mundo solo para cuidar a sus progenitores el día de mañana? ¿Es eso lo que pensamos en realidad?

No soy madre. Comparto mi vida con una persona que no quiere ser padre. Y me resbala soberanamente lo que los atrevidos cuya opinión nadie ha pedido hablen sobre mi pobre e insignificante vida.

Porque mientras ellos tienen que cuidar a sus nietos para ser felices y cuando sus nietos están en casa sonríen más, yo intento seguir sonriendo cada día sin necesidad que la sonrisa de una persona me haga sonreír. Porque para sonreír con los demás primero hemos de sonreírnos a nosotros mismos y ser felices con nosotros mismos, y muchas personas ni siquiera lo son. Porque cuando tu felicidad depende exclusivamente de la felicidad de otra persona entonces no es verdadera felicidad.

Porque mientras algunos de los que opinan, hacen malabares para dejar a sus hijos con sus padres para poder ir al cine, yo voy al cine o de concierto de heavy metal cuando me da la real gana.

Porque cuando otros de los que aconsejan que nuestras vidas están vacías, a esos hombres y mujeres que están hasta las narices de sus hijos, de sus maridos y esposas, y que necesitan espacio para ellos mismos porque la vida que llevan ya no les satisface y reniegan de su obligación como padres y como miembros de una familia, yo les recuerdo que ser padres es una opción, no una obligación. Que ellos escogieron la vida que están llevando y que nadie les puso una pistola en la cabeza para que lo hicieran.

Que a todos nos gusta hacerlos, pero no a todos nos gusta tenerlos, criarlos, cuidarlos. Y ser padres es una gran decisión que no se puede tomar a la ligera.

Brindo por los padres que si saben ser padres, por esas almas puras que deciden que están preparados para ello y tienen hijos no porque sea lo que toca por la edad, sino porque de verdad lo sienten en su corazón y sueñan con ello.

¡Y brindo también por los incomprendidos! Por todos aquellos que si estamos en la edad de tenerlos pero hemos decidido no hacerlo. Porque no somos menos personas por no quererlo. Porque no estamos vacíos por dentro, ni faltos de moralidad y respeto hacia la vida.

Porque como reza en una pared de mi ciudad, “no más rosarios en mis ovarios”, ni más comentarios malintencionados por personas que no merecen ni que me pare a debatir y dar explicaciones sobre mi elección de no ser madre. Porque a nadie le interesa lo que quiero hacer con mi futuro, porque mis ovarios y mi útero son míos, porque mi vida es mía y yo decido…

¿Algunos de vosotros habéis tenido que vivir esta situación?

¿Tener que dar explicaciones y aguantar comentarios porque no queréis ser madres y padres?

Pues eso…

Que me he quedado súper a gustito después de soltar este pedazo de hielo.

¡Os juro que al próximo que me diga todo lo que opina sobre mi nulo sentimiento de maternidad, le mando a tomar por culo!

¡Un abrazo súper escarchado!

1/04/2016

LUCES DE NAVIDAD...¡ROTAS!

¡Queridos Freezers!

Tras el primer café de la mañana, pongamos que es un gigante cappuccino con polvitos de cacao en forma de granos de café, como ese que me pusieron una vez en el Costa Coffee de Gdansk, Polonia…así por soñar…

Quiero hablaros de diciembre, y de lo que ha traído este mes para mí, aparte de algún kilo de más.

Llegó Diciembre y en la ciudad se instauraron sentimientos de alegría continua y optimismo.

El mes fue aconteciendo y las sonrisas volaron a mi alrededor. En las ventanas y tras ellas parpadearon las decoraciones navideñas de mis vecinos. Las luces de colores, los abetos con cintas plateadas y doradas, las pegatinas con forma de copos de nieve, las setas luminiscentes y los Papá Noel que en su trineo surcan el cielo pero que no se mueven del techo del balcón.

¡Ya está aquí la Navidad! —dijeron algunos.

—Puta Navidad —murmuraron mis labios después de un largo suspiro.

Y cuando lo pronuncié en voz alta lo primero que pensaron algunos es que soy una especie de “grinch” anti felicidad que no soporta ver las sonrisas de la gente. ¡Con lo que me gusta a mí sonreír!

¡Pero no, queridos Freezers! No os confundáis…

Me gusta ver a las familias reunirse, disfrutar de estos días juntos, los reencuentros en el aeropuerto que dan en el telediario incluso me sacan una lagrimilla. Que los niños abran sus regalos con ilusión me recuerda mi niñez. Me gusta ver felices a los demás aunque me duela porque me recuerde todo lo que ya no tengo.

¡Os lo juro!

A mí antigua yo le encantaba la Navidad, llenarlo todo de espumillón y luces, colocar el árbol en la galería de mi pueblo y bajo él las tres copas de las que beberían los Reyes Magos y disfrutar entre canciones hasta que la voz y el cuerpo ya no podían más. Me encantaba ir a coger musgo para el Belén y montarlo a mi manera, llenarle de mierda la casa a mi tía, volverla loca con los preparativos. Me encantaba disfrazar a mi abuelo de mujer junto a mi abuela, tocar la pandereta y la guitarra, gritar como una loca poseída.

Me gustaba hincharme a polvorones y a turrón, emborracharme con mis primeras gotas de alcohol de adolescente (orgasmo de limón lo llamaban, que no dejaba ser licor de melocotón con fanta de limón), abrir los regalos antes que nadie. Me encantaban las sonrisas de mi padre, sus gruñidos, que llenara de comida mi plato con las cosas que no quería, protestarle y que me contestase con sus miradas de acero, me encantaban los vasos de sidra para brindar sin brindar, las uvas que nunca tomaba, sus silencios que siempre lo llenaban todo, los abrazos que yo le daba y que él nunca contestaba pero que aun así expandían el alma, el ser especial sin pretender ser más que los demás.

Sin embargo cuando las Luces de la Navidad están fundidas en tu casa, o rotas, o ni siquiera las pones, no hay nada que brille, la verdad…Y tanto brillito y tanta purpurina y tanta falsedad de personas que me felicitan las fiestas sin ni siquiera haber hablado conmigo nunca me saca de quicio. La forma de comportarse de algunas personas me fastidia tanto, porque todo es tan raro…tan de postal…

Y ¡ojo! Que postales he enviado unas cuántas, aunque Correos me haya trolleado y más de la mitad no hayan llegado a destino a tiempo (espero que un año de estos lleguen). ¡Que yo intentar lo he intentado! Incluso he cocinado galletas de Jengibre con forma de copos de nieve para personitas muy especiales, pero claro…

Llegó el día 24, llegó Nochebuena, con las reuniones a la mesa y ahí ya todo se fue al traste.

Porque ya no hay algarabía a mi alrededor, ya no hay sonrisas ladeadas ni chistes verdes, ya no hay recuerdos de entreguerras y posguerras, ya no hay villancicos ni canciones antiguas. En definitiva ya no hay ilusión. Solo hay silencio y conversaciones intrascendentes.

Solo hay cuatro personas que están deseando terminar de cenar para marcharse cada uno para su casa. Solo hay cuatro personas con demasiados sentimientos acallados, miradas de reojo, y mucha tensión. Esa tensión que se palpa en el ambiente, que te chirría bajo los dientes, y que sabes que en cuanto un comentario se salga del lugar prefijado para él puede convertirse en un torbellino de cosas que echar en cara, de palabras mencionadas en el pasado y de viejos rencores.

Porque sí, Freezers, desde la muerte de mi padre y de mi abuelo, es lo que sucede cada año. Tras la marcha de la abuela aún había dos tapones que evitaban que las burbujas estallaran, dos pilares a los que seguir, dos personas por las que callar. Ahora solo hay una tensión a la mesa que me agobia y que me marchita. Un no quiero estar pero tengo que estar. Un desearía estar a miles de kilómetros, en Finlandia tal vez, dispuestos a soñar. Pero la familia es la familia. Y yo soy demasiado sensible, o eso dicen. Será que al no creer en Dios no llevo nada bien eso de poner una mejilla para que te la partan y después voltear el rostro para poner la siguiente.

La Navidad es tiempo para pasarlo en familia, para reunirse con los seres queridos para cantar, sonreír y disfrutar.

Pero ¿qué sucede cuando las luces navideñas están apagadas? ¿Qué sucede cuando a la mesa ya no somos tantos, cuando los seres queridos han muerto y los que quedan no se soportan más de media hora seguida entre ellos?

Que la tensión es una especie de calma falsa disfrazada. Es ese momento en el que sonríes, haces bromas y chistes que no sientes y cambias de tema continuamente, y aunque te centras en tu comida siempre hay alguien dispuesto a prender la chispa, haciendo uso de su no elegancia sutil, de ese yo no quiero discutir pero te voy a encender para que seas tú la que salte porque sé que la sangre rebelde te va a poder…y así puedo echarte la culpa de otra cosa más.

Y entonces, en medio de los langostinos, el puré de patatas y el lechazo, llegan los comentarios con dobles intenciones, las palabras que dicen más de lo que hablan, los dardos envenenados, las envidias contenidas desde tiempo atrás y las echadas en cara. Porque no hay nadie mejor que la familia para eso. Porque si no fueran de la familia no tendrían ningún poder sobre ti, y eso también lo saben.

Y ya no importan las cervezas que bebiste para silenciar pensamientos, ni las respiraciones lentas ni los mantras, ni los artículos de escritoras a las que admiras que creías que te iban a ayudar a llevar las ausencias mejor. No importa nada.

Porque mientras untas el paté de pato en las finas rebanadas por dentro te estás muriendo de ganas de apretar el pan hasta que se rompa. Y entonces te miras tus nuevos tatuajes, esos que han servido para las primeras discusiones de la noche, y cuando observas la tinta de tus alas de ángel y el corazón con la palabra “Daddy”, piensas en ese que ya no está. En ese ángel que si estuviera a la mesa, sentado en el mismo lugar que ahora ocupas tú, todo sería tan distinto. Y suspiras, hondo y lentamente, como te enseñaron los libros de psicología con los que aprendiste a manejar la ansiedad tras su marcha, y suspiras de nuevo, coges fuerzas y tragas saliva.

Y sabes que ya nada volverá a ser como era antes. Que las fiestas navideñas son una puta mierda, que tanto escribir Christmas para tus amigos para así contagiarte del espíritu de las fiestas no te ha servido para nada porque todo se ha desmoronado al final.

Porque la sangre se ha alterado, la realidad te ha sepultado una vez más, la mala leche ha comenzado a arder y ya no hay marcha atrás. Sabes que es muy probable que en cuanto tragues el bocado y bebas la asquerosidad de cerveza con burbujas (San Miguel tenía que ser) que te ha comprado tu tía, vas a empezar a repartir mierda y lo mancharás todo. Porque necesitas vaciarte y expresar que ya estás cansada de tanta pantomima, de tanta falsedad e hipocresía.

Pero entonces miras a tu tía y te contienes. Miras tus tatuajes y te silencias. Por tus ángeles respiras hondo, tragas, y con el aire que expulsas de tus pulmones te vacías de las toxinas.

Porque duele cuando ya no te sientes a gusto ni en tu propia casa, esa casa familiar donde fuiste tan feliz y donde siempre te sentiste a salvo de todo y de todos.

Y la cena se te avinagra y la comida del día siguiente te empacha.

Y para ponerle remedio te marchas con tu pareja a casa, te enfundas los pantalones de fitness, las playeras y enciendes el portátil. Le das al play a ese video de Cardio Kick Boxing que te has bajado de Youtube, y sueltas patadas y puñetazos con todas tus fuerzas, con toda la rabia del mundo, y las lágrimas se deslizan lentas.

Y solo así te relajas, solo así te olvidas y te calmas.

¿Olvidas, Beka?

Vale, no, no olvido pero perdono por unos momentitos. Y así cicatrizo un poco las heridas abiertas, las impregno con el frío de la escarcha que me caracteriza, y el dolor se detiene hasta que el sol vuelva a salir. Cicatrizo heridas para seguir sonriendo, para seguir viendo luces de colores resplandecientes. Aunque estén rotas, fundidas y causen chispas eléctricas cuando los cables mal conectados entran en contacto.

Da igual, yo me las imagino. Intactas. Azules, rojas, verdes y amarillas. Se encienden, se apagan, parpadean, incluso ¡cantan! Para algo soy escritora ¿no?

Pero no se me olvida que la navidad es una puta mierda.

¿Qué quieren que celebremos cuando no hay nada que celebrar?

Llevo muy mal lo de fingir y aguantarme, pero al final, a base de cerveza belga y escocesa, en Nochevieja lo he conseguido.

He conseguido superar la nochebuena y la Navidad aunque con un cabreo monumental y he sobrevivido a la nochevieja sin atragantarme con las uvas. Las he comido todas, toditas, no he brindado con champán porque dos cervezas ya habían sido demasiado para este cuerpo ahora fitness, (en estos momentos la Beka de 21 años estará tirándose de los pelos), y he pedido a mis ángeles que este 2016 sea una auténtica pasada de sueños cumplidos, nuevos retos por los que luchar, salud, amor y palabras.

Y ya me he desahogado ¡oiga! Que para algo me he creado este nuevo blog. Para repartir traumas y hacerlos más pequeñitos. Para deshacerme de mis desvaríos.

Porque seguro que vosotros habéis pasado unas Navidades geniales, pero oye, lo mismo algún Freezer por ahí también se ha sentido como yo, que en las familias no es oro todo lo que reluce.

Y por si se da el caso…

¡Felices Fiestas de Luces Rotas!

Y como dice la canción…

—Puta Navidad…

—Puta Navidad…

¡Un abrazo copo de nieve!